Aquel domingo de marzo nació con nubes, pero los rayos de sol las rompían con la suavidad con que se desgarra el papel cebolla.
La noche anterior me costó conciliar el sueño. No podía dejar de pensar en los acontecimientos que me esperaban al día siguiente.
Como cada domingo, mi abuela María había preparado chocolate. Mi madre fue con anterioridad a comprar el periódico y nata montada a la vaquería de la esquina de nuestra calle. Un delicioso suizo me esperaba frente a mí.
Cuando me senté en la mesa del comedor vi el periódico, doblado por la mitad. Al desplegarlo y pasar las hojas, soltaba el olor de la tinta. La noticia de portada era un fenómeno astronómico, “El eclipse del siglo” decía el titular. Pero la penumbra no pasó por Cataluña ni por ningún rincón de esa España pobre y rancia de los primeros años setenta.
Pasé las hojas impresas con prisa. Me centre en la página que titulaba “Comentarios e información deportiva”. Mis ojos leían con premura. “Difícil partido para el Barcelona, que recibe en el estadio al Valencia…”
Un partido difícil que disfrutaría en directo. Sí, por primera vez, esta tarde, iría al estadi del Camp Nou.
Seguí con el periódico, “partidos para hoy” “alineaciones probables”
Mi padre salió de su habitación, me dio los buenos días alborotando mis cabellos con su mano
Cuando podia, que eran pocas veces, iba al campo de futbol, generalmente por la noche. Cuando llegaba a casa dejaba bajo mi almohada unos caramelos cilíndricos, gruesos, envueltos en papel de celofán de varios colores. Eran característicos del futbol, al menos, nunca los había visto en otros sitios.
Aquella mañana me la pase preguntando a mi padre como sería esa entrada en el campo, que tenia que hacer. Le proponía saludar a Rifé a Marcial o Reixach. Me miraba y sonreía. Comentaba la distancia que había entre nosotros y el terreno de juego, que los jugadores ni nos verían. ¿Pero nosotros a ellos sí, verdad?
Salimos a pasear. Mi padre aprovechaba los domingos por la mañana para ir a la barbería, se cortaba el pelo y de afeitaba. Mientras me entretenía mirando las fotos de los periódicos deportivos: El Mundo deportivo, un periódico ancho a ocho columnas y, el Dicen… un diario desaparecido que su portada se imprimía con color sepia.
Un tío de mi padre que vivía en casa con nosotros y, por ello era tío de todos, El tío Quimet compraba el “Dicen…” todos los días.
El tío Quimet era del español, rival del barça. Nunca llegué a entender como y porqué era periquito si en casa todos éramos cules. No es necesario el decir que a el poco le importaba que hoy a las cuatro treinta de la tarde estuviera por primera vez en las gradas del Camp Nou.
En la barbería se hablaba de futbol y, claro del partido de esta tarde.
Peret, el barbero comentaba que Anton, un jugador del Valencia usaba peluquín y que alguna vez le había caído sobre la hierba del campo. Mientras escuchaba con atención todo lo referente al partido-Claramunt es la clave del Valencia. Apuntaba en mi cabeza los nombre… Antón… Claramunt. Me sentía con hambre de información.
- Fusté no jugara – decía Peret.
- Está en la alineación del periódico – dije.
Mi padre giró su cabeza hacia mí al oír el comentario.
Me sentía pletórico de poder disfrutar de aquella conversación, pensando que dentro de unas horas podría ver si Fusté pisaría el cuidado césped de Can Barça.
El sol se había abierto paso definitivamente entre las nubes y ahora las pocas que quedaban daban un toque decorativo al cielo azul.
Camino de vuelta a casa nos encontramos con un sobrino de mi padre, era árbitro de futbol. Pitaba partido de regional y de aficionados, ahora venia de arbitrar un encuentro al equipo de la parroquia: El Sant Isidre. Papá en su juventud jugo de portero en ese equipo. Pep me saludo común cachete en la mejilla y, me pregunto si lo tenía todo preparado para el partido de esta tarde. Me enteré que el vendría con nosotros. Fuimos juntos a casa. Mamá había preparado una paella, estaba buenísima e hicimos el comentario de que nos comeríamos la paella como el barça se comería al Valencia.
Mientras mi padre dejaba enfriar el café, buscaba en una caja de puros algún cigarro para saborearlo durante el partido.
Vi como Pep cortaba un anuncio del periódico. No entendía el por qué y le dije:
-Pep ¿Qué es eso?
- El marcador dardo- respondió.
Y así quedo, no quise dejar ver mi ignorancia ante aquel…. Marcador Dardo.
MI madre me ajustó la bufanda al cuello y me besó. Me acerco una bolas con bocadillos y nos fuimos los tres escaleras abajo. Pep silbaba el himno del barça y saltaba los peldaños de tres en tres. La felicidad fluía por cada uno de los poros de mi piel.
Fuimos andando, teníamos como media hora y a medida que nos íbamos acercando veía más y más gente con bufandas azulgranas, banderas con el escudo del equipo y, también alguno del valencia, pero pocos.
Al divisar el estadio, inmenso, con aquella tribuna voladiza, mi padre me agarro del pescuezo y con su mano sobre el cogote me guiaba por entre un mar de personas que se apretujaban en las puertas.
Cuando rebasamos al portero me encontré frente a una inmensa mole de hormigón, con hombres, alguna mujer y pocos niños que se encaramaban por las escaleras de acceso al coliseo.
Me percate del griterío y sobre el de un hombretón delantal blanco que gritaba: chicles, pipas, caramelos, cacaos” tenia un capazo lleno de aquellos caramelos cilíndricos, gruesos, de colores, de papel de celofán que mi padre me traía del futbol.
No me dio tiempo a pedir los caramelos, mi progenitor decía:
-Vamos de prisa o no veremos la salida de los jugadores.
Empezamos a subir escaleras, por pequeñas bocas de acceso veía la inmensa marabunta de gente, Seguía ascendiendo por escaleras de hormigón con barandillas de tubos blancos. Al llegar arriba salimos a la gradería. ¡Cuanta gente! Todos de pie. Me quedé embobado mirando hacia abajo. Un rectángulo perfecto, verde, con las líneas blancas que limitaban el terreno de juego.
Buscaba las porterías, no las veía. Era tal la emoción que no fijaba la vista, se me perdía en un todo y, todo hacia que la volviera a centrar.
La Visera de la tribuna era impresionante, majestuosa. Mi padre me enseñaba las cabinas de los periodistas y la radio. Desde allí transmitían lo que tantas tardes oía en casa. Dos graderías rodeaban el terreno de juego. Llenas de gente. Se perfilaban en la última fila del gol de la Diagonal las pequeñas cabezas de los espectadores, recortadas en un cielo luminoso de aquella tarde inolvidable de un domingo de marzo.
Estábamos los tres de pie, apoyados en la baranda antiavalancha. En frente teníamos la línea de banda pegada a la tribuna principal. A mi derecha, evidentemente abajo, la portería del gol de las Corts.
Pep llamo mi atención hacia una caricatura de una valla publicitaria. Era un hombre fumando un puro, su actitud ahora era normal. Pep me dijo que cuando marca uno u otro equipo cambia su expresión. Me quede con el dato.
Buscaba con la mirada el marcador. Papá me lo enseño. Estaba justo en la banda contraria a la tribuna, en toda su longitud, con el nombre de los equipos y los guarismos de comienzo. Cero a cero.
Era un marcador original, no recuerdo verlo en otros campos.
Empezó a sonar el himno y los jugadores fueron saliendo uno tras otro por la línea divisoria del terreno de juego.
Estaban muy lejos, pero los conocía a todos ellos. No vi salir a Juan Carlos, anunciado en la alineación del periódico, en su lugar entró Martí Filosia que no era un jugador del agrado de la afición.
Mi padre me hacia mirar a un lado y a otro. Me explicaba lo que sucedía y llamaba mi atención en cosas que ahora con el paso de l0s años no reparo en ellas.
Apareció el Valencia, de blanco. Pregunte por Antón y su peluquín. Por Claramunt y me informe de ese jugador alto y rubio. Era sol el central valencianista.
El arbitro, Martínez Benegas pito el principio del partido y los jugadores empezaron a correr por la moqueta verde con rayas blancas que se me difuminaban borrosas por la humedad de mis ojos.
Del partido poco puedo contar. No recuerdo las jugadas. Marcial marco un gol poco antes del descanso y el estadio rugió con una exclamación.
Entonces mire a la caricatura del puro y estaba pletórico. Riendo. Con el puro hacia arriba.
Los aficionados gritaban opiniones y consejos, que evidentemente los jugadores no podían oír. Me llamo la atención una frase:
- Ha marcado Flaminaire.
- Es el Madrid Sevilla.
Pep consultaba el recorte del periódico, el marcador simultaneo dardo.
Las claves de este marcador estaban a lo largo de la barandilla de los goles, detrás de las porterías y cada anuncio: Flaminaire, camisas IKE, Cinzano… eran un partido de primera división que se jugaban en otros campos. Un hombre sentado en cada uno de ellos se encargaba de transmitir mediante códigos lo que escuchaba por la radio.
Con este sistema se sabía además del resultado si se expulsaba a un jugador, si se paraba un penalty o se lesionaba un jugador. Mi ignorancia quedo satisfecha con aquel montaje.
Reina Rifé, Eladio Torres Reixach, Saluda, Alfonseda. Todos ellos estaban delante de mí jugando al fútbol. Tan cerca y a la vez tan lejos.
El partido termino con el uno a cero del descanso.
Aquel gol de Marcial fue el primero que marcaba con el equipo azulgrana.
Las crónicas hablaron el martes del partido. Los lunes no se publicaban periódicos. Hablaban de un partido sin brillantez, de poco juego, de excesiva dureza… pero para mi fue el primer partido en el Camp Nou, después hubieron otros, mejores quizás, pero como el Barcelona Valencia de 1970 ninguno
viernes, 16 de octubre de 2009
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Rafa, me has trasladado con tu publicacion a esas maravillosas tardes de domingo con olor a puro que yo pasaba con mi padre en sarria, y a esas tardes en que bajaba al kiosco a comprar el dicen, que salia a la venta a las tres de la tarde.Que sabiduria tenia tu tio Quimet al ser perico, inolvidables aquellas tardes de futbol, y el chocolate con nata del domingo.
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