Dentro de unos días llegará una carta con membrete de un hospital de alguna ciudad, agradeciendo el haber generado unos órganos que fueron reimplantados con éxito a otras personas. Ahí finaliza todo este camino largo y frío.
Antes de entrar en la unidad me dirijo a la máquina de café que hay en la sala de espera. Ahora está ocupada por cinco personas; acurrucadas, somnolientas, cubiertas por sus prendas de abrigo esperando noticias de sus familiares.
El vaso de plástico irrumpe en la pequeña ventana inferior. Se va llenando. En el luminoso aparece una frase: “permítase un momento de relax”.
Retiro el recipiente y removiendo el azúcar me encamino a reanimación intentado olvidar mi último recuerdo.
Los enfermos post-operados ya están en la planta. La noche avanza. Sentado en una incómoda silla levanto los pies sobre la mesa. Siento pesadez en las pantorrillas. En el ambiente se escucha el monótono ruido de los respiradores, roto esporádicamente por la alarma de un pulsioxímetro, que se ha desconectado de un paciente.
Jesús se ha conectado a su pequeño transistor escuchando la repetición de un programa deportivo. Isabel ha entornado los ojos, al tiempo que las hojas impresas de su libro han perdido la perpendicularidad. El anestesista se ha echado en el pequeño catre de su despacho.
Sigue su curso la noche. El exterior desierto. El interior esperanzador. El cielo oscuro. Es esa hora en la que las ciudades sólo son piedra, ángulos y palomas dormidas.
Un desgarrador sonido irrumpe en la estancia. Una luz roja, intermitente hace que la adrenalina haga acto de presencia. Un resorte interior me dispara hace que me levante. Jesús ya se esta enfundando unos guantes. Le imito. El anestesista abre la puerta de su despacho con los ojos entornados y nos sigue.
El médico de la puerta anuncia la llegada de una urgencia inmediata.
El box “C”, está preparado para ello. Aparecen ante nosotros los camilleros de la ambulancia con una mujer de unos cuarenta y cinco años inerte, sin signos de violencia y apariencia cadavérica.
- ¡¡Parada cardíaca!!
Entre todos colocamos a la infortunada en la camilla. Sin comentarios, monitorizamos. Una línea isoléctrica hace que salte sobre el pecho de la paciente comenzando las maniobras de masaje cardíaco.
- ¡¡ Laringo !!, tubo del 8
Jesús ya tiene una vía. Ha sacado una muestra de sangre.
En la pantalla del monitor aparecen las muestras del miocardio estrangulado entre la columna vertebral y el esternón.
Los fármacos irrumpen en las venas de la paciente. El oxígeno ya hincha sus pulmones; pero su vida sigue colgada del viento.
Estoy cansado. Pido a mi compañero que siga con el masaje. En tanto atenderé las demandas farmacológicas.
Un complejo cardíaco de esperanza aparece en el monitor, detrás otro y otro. El color rosáceo vuelve a su piel. Las pupilas son mínimamente reactivas.
Nos miramos sin decir nada.
El futuro nadie lo sabe, pero el presente nos genera una satisfacción indescriptible.
Con la preocupación de ese futuro, me entrevisto con los hijos de Ana. No entienden que ha ocurrido, ayer estaba perfectamente y esta noche manifestó un cansancio especial.
Su marido estaba sentado, sin querer saber que había pasado. Su rostro inexpresivo, desaseado por las prisas, dejaba ver unos ojos azules, brillantes, destacando sobre una piel morena.
Les aconsejo que esperen en la sala de espera. Ese lugar impersonal, incomodo, donde los minutos tienen el peso de las horas y éstas las losas de los días.
Cuando vuelvo al lado de Ana, a medir sus presiones, anotar sus respiraciones y latidos, mis pensamientos vuelan buscando una explicación a todo lo que me rodea y al sufrimiento de ese hombre desaseado, hundido en los recuerdos .
A veces, no vemos las cosas que hay a nuestro alrededor como realmente son, sino como las queremos ver. Y yo, hasta aquel momento, nunca había sabido ver con claridad como era la vida. Porque la vida es hermosa, hay que aprender a valorarla y vivirla intensamente, pero con respeto. Sabiendo que en segundos gira y deja al descubierto un sinfín de matices grises
La noche está llegando a su fin. La aurora recorta las nubes con una luz blanca y el paisaje se viste de existencialismo.
Los párpados se vuelven pesados, los músculos se agarrotan; mientras las manos anotan las últimas constantes de la noche de hoy.
El panecillo con mantequilla y el café con leche anuncian el nuevo día. Ahora sólo falta la llegada del personal para contarle las incidencias de la noche. Día, noche. Aurora, crepúsculo. Vida, muerte.
En el vestuario los comentarios son mínimos, alguna alusión al trabajo de esa noche, o bien al que hacer del día. Yo pienso en el quirófano donde he dejado a Rafa, el rosario que hay entre las manos de Luisa y ese latido esperanzador de Ana. Deseo lo mejor para ellos.
La puerta de cristal se abre a mi paso. Con el periódico bajo el brazo irrumpo en el frescor del nuevo día. El sol se refleja en mis gafas y acaricia mis mejillas. Su proyección dibuja mi sombra alargada sobre el asfalto del aparcamiento. Los decorados toman realismo. El andar del prójimo adquiere ritmo y el mundo sigue girando entre la parca y la existencia
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