viernes, 23 de octubre de 2009

SUCEDIO UNA NOCHE (2ª parte)

Comento con mis compañeros la escena. Las palabras que pronunciamos son como monosílabos. Todos somos conscientes de los cambios que la vida puede dar en unos segundos, y lo que pesan estos segundos en la vida.

Por la ventana se ve el pasar del tiempo al ritmo del río cercano que va hacia el mar. Los minutos caían lentamente y las agujas del reloj tropezaban con ellos. Las nubes de color burdeos han dado paso a la oscuridad de la noche, rota por las luces amarillas de las farolas. Los últimos familiares abandonan el recinto hospitalario después de visitar a unos enfermos necesitados de algo más que unos cuidados clínicos o quirúrgicos.

Miro el reloj. Se acerca la hora de ir a cenar; tomaré las constantes e intentaré disfrutar de este paréntesis laboral. Acostumbro a sentarme con colegas ajenos a mi servicio. De este modo evito seguir conectado a los enfermos. Algunas veces es inevitable, pero prefiero comentar los partidos de fútbol de la próxima jornada o bien, si la nieve ya ha cubierto las pistas de esquí para la temporada.

Me resulta difícil acabarme el plato de carne guisada por dos motivos: no es muy apetitosa ni en su presencia ni en su condimentación. Por otro lado no consigo desconectar de lo que hace unos minutos he dejado.

El cortado está caliente. Sentado detrás de mis gafas redondas saboreo los últimos suspiros de tranquilidad que por el momento me regala esta noche, que parece por ahora, será de las que se recuerdan.

Al llegar a la unidad observo que el cubículo dos está muy concurrido. Ha salido del quirófano el sangrante de cirugía. Estará con nosotros unas horas y cuando se estabilice podrá subir a la unidad asistencial.

Voy a ver qué me indica el monitor de Rafa. Anoto las constantes en la gráfica de enfermería. La coordinadora me comunica que, en un par de horas, se lo llevaran para realizar la extracción. La diuresis es abundante. La última analítica indicaba un potasio bajo; se tendrá que intentar normalizar esta situación.

Llegado este momento es cuando más difícil me resulta la transformación del pensamiento. Cuando pasen ciento veinte minutos se lo llevaran respirando, latiendo, orinando, con presiones en todo su cuerpo.... pero.... sin vida. Con parte de su organismo ayudará a otros semejantes a seguir viviendo. Y mientras yo, en medio de toda esta filosofía, intentando autoconvencerme que Rafa ha dejado de ser un enfermo.

Miro a mi alrededor: la actividad en la unidad es palpable. En el “box” dos están intentando calmar el despertar del post-operado que, por las circunstancias, manifiesta frío, mucho frío.

Enfrente, Isabel mira las pupilas de su enfermo: un chaval de veinte años con un traumatismo cráneo-encefálico producido en un accidente cuando conducía una motocicleta. Llegó al hospital con un Glasgow de 13, pero en pocos minutos, bajó a 8 y el neurocirujano aconsejó que fuera hiperventilado con respiración asistida. Hoy, en el cambio de turno, me han comentado: ¡¡Este enfermo tiene que ir bien!!. Su pronóstico “a priori”, es bueno.

Al otro lado, Jesús está atareado en la higiene de una paciente de mediana edad que intentó suicidarse con la ingesta de cáustico. La intervención a la que ha sido sometida no garantiza una mínima calidad de vida.

Programo la bomba de perfusión para la reposición de líquidos y anoto en la gráfica los últimos parámetros del monitor.

La noche sigue su camino. Sentados en el control de enfermería brotan comentarios sobre el infortunio que contemplamos y sobre el estado de ánimo de los familiares que ahora, visitan a nuestros pacientes. Si te acercas al paciente te preguntan:

- Todo va bien, ¿verdad?

Y nosotros aquí, intentando reparar lo que la desgracia ha dejado a merced del futuro. Llegando, en algunos casos, que sea la sabia naturaleza la que solucione lo que la ciencia todavía no llega a entender

- ¿Dónde va el enfermo del quirófano de trauma? - dice el celador - al tiempo que empuja una cama ocupada por un señor mayor, delgado.

Está despierto, consciente. Mira medio atónito a hombres y mujeres inertes conectados mediante cables a pequeñas pantallas. Sus ojos se detienen un momento en las botellas de sueros que cuelgan de las barras del techo. Luego mira la que lleva él, y con la mirada sigue el camino que recorre para quedar expuesta como las otras.

El reloj sigue su monótono camino. Ya ha transcurrido la mitad de la jornada. Suena el teléfono: me comunican que el donante ya puede subir al quirófano.

Desconecto a Rafa del monitor. Coloco las bombas en el soporte de la cama para el traslado y desconecto su fuente de aire. Ahora son mis manos, mediante un balón de oxígeno, las que nutren a este cuerpo inanimado del gas de vida. Vida a quien no la tiene.

El camino se hace largo, ni el celador que empuja la cama ni yo articulamos palabra. No es necesario. Mis pensamientos van dirigidos a las dos figuras abrazadas, que mirando el suelo, se alejaban de su ser querido. Ya en la puerta del quirófano dejo el balón en otras manos y esta es toda mi despedida: fría, impersonal, anónima.

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